Yasser Medina, Author at Noti Bomba

“Marriage Story”: matrimonio sin gracia

La película se dedica a retratar las causas y las consecuencias del período de separación

  • Yasser Medina | 03-01-2020.2:03 pm.
Mi historia con el cine de Noah Baumbach es como la de un matrimonio destruido por diferencias irreconciliables. Sus películas me parecen autoindulgentes y artificiosas. Me topé con su estilo por pura casualidad hace muchísimos años atrás, al leer los comentarios elogiadores de los críticos y comentaristas que caían rendidos ante las películas de este señor, como si se tratara del realizador más prodigioso de una generación. Mientras veía esas películas, me preguntaba qué es lo que tiene de especial que te relaten una y otra vez la cotidianidad, los problemas familiares y las relaciones de gente insufrible en la ciudad de Nueva York. Entiendo que la reiteración puede ser un verdadero tostón, sobre todo porque no hay que ser tonto para darse cuenta de que algunas de las historias que pone en pantalla casi siempre tienen un carácter semi-autobiográfico. La única razón por la que siempre regreso a su filmografía se debe a la esperanza que me mantiene sujeto a encontrar la película de este cineasta que, en mi opinión, pueda conmoverme. Todavía sigo esperándola.

Algo similar me ha pasado recientemente viendo la nueva película de Baumbach estrenada en Netflix, titulada “Marriage Story, la cual han vendido como una cinta monumental, con una llovizna de elogios que la catalogan como una película “excelente” y una “obra maestra”. Pienso seriamente que vi otra película o que se equivocan. Lo que veo es regular.

Tiene un arranque satisfactorio planteando las raíces de una ruptura conyugal a la que se enfrenta una dupla conformada por un director de teatro y una actriz. Habla del desamor, de las heridas anímicas del pasado, de la cuota de tolerancia, de la lucha por el resguardo del chiquillo, del papeleo de los abogados oportunistas dentro de un sistema penal intolerante, del difícil proceso de divorcio, de las disputas conyugales, de unos padres que lamentan en el fondo que el rompimiento afecte a su pequeño inocente. Goza de una banda sonora de Randy Newman que busca ser empática, diálogos veraces que en ocasiones se extienden innecesariamente y unas actuaciones de gran registro dramático de Adam Driver y Scarlett Johansson. Pero, sorprendentemente, a pesar de contar con esos elementos que aportan cierta sustancia al relato, no logro emocionarme por la tragedia de Charlie y Nicole y mi interés se reduce a escenas minúsculas.

Escrita con un guion de Baumbach, la película comienza describiendo la vida de Charlie (Adam Driver) y de Nicole (Scarlett Johansson) a través de una secuencia que relata lo que piensan mutuamente con una voz en off. Él es un director de teatro; ella, una actriz. Ambos residen en Nueva York con su hijo, y luchan por superar un divorcio que les lleva al extremo tanto en lo personal como en lo creativo.
A partir de esa descripción, el argumento de la película se dedica, única y exclusivamente, a retratar las causas y las consecuencias del período de separación de esa pareja que ya no sabe lo que es el sexo.
Con las circunstancias que atraviesan los personajes principales, Baumbach traza un estudio sobre el matrimonio desde la óptica de la compasión, la paciencia y la aflicción, utilizando el divorcio como objeto de distracción. Los personajes que exhibe actúan en casi todas las escenas como una familia con un fuerte vínculo afectivo, cuya unión es amenazada luego por la desconfianza y el desprendimiento afectuoso. Sin embargo, la teatralidad de la puesta en escena obstruye el naturalismo, convirtiéndolos en marionetas al servicio de un histrionismo calculado.
La película adquiere un balance aceptable entre el drama, el romance y una comedia plana que solo percibo cuando están los divertidos abogados interpretados por Liotta y por Dern. Pero siento que lo que puntualiza lo he visto antes. La supuesta paradoja amorosa, contada desde el punto de vista del marido solitario y de la esposa angustiada, me deja indiferente. El resultado me parece superficial, previsible y poco emotivo. Hubiese preferido la versión de los abogados.

Ficha técnica

Año: 2019

Duración: 2 hr 16 min

País: Estados Unidos

Director: Noah Baumbach

Guion: Noah Baumbach

Música: Randy Newman

Fotografía: Robbie Ryan

Reparto: Scarlett Johansson, Adam Driver, Laura Dern,

Calificación: 6/10

‘Joker’: los traumas de un payaso

  • Yasser Medina | 05-12-2019.7:23 pm.

Los orígenes de Guasón, el popular archienemigo de Batman, constituye, a mi juicio, una incógnita encerrada en un problema sin solución aparente. Desde su creación en los cómics norteamericanos en manos de Jerry Robinson, Bill Finger y Bob Kane y luego pasando por el cine en cuatro películas, pocas veces se ha planteado el origen de su alienación, dejándolo al acecho de un vacío en el que abunda una escasez de información que no permite responder las principales preguntas relacionadas con su imagen de criminal psicópata, su retorcido sentido del humor y su eterno amor por la anarquía. Ni siquiera su nombre verdadero se ha confirmado. Por suerte, el director Todd Phillips pretende responderlas en su más reciente película titulada Joker, con la cual reformula todo lo que conocemos sobre el personaje y termina desmitificando la túnica de misterio que moldea su personalidad.

La película de Phillips, quien firma el guion junto a Scott Silver y es conocido principalmente por sus comedias de The Hangover, me parece un estudio perturbador sobre el guasón, construido con la crónica de un ciudadano torturado que habita una sociedad que lo excluye por su condición social y su frágil salud mental, algo que se compensa de inmediato con la actuación meticulosa de Joaquin Phoenix cuando se transforma física y psicológicamente para describir los impulsos macabros que invaden el cerebro resquebrajado de Arthur Fleck (como se llama el protagonista). No dudo ni por un segundo que la interpretación de Phoenix se trata de una de las más complejas del año. Asimismo percibo un material de denuncia que manifiesta las raíces de un mundo hundido en el fango de la moralidad, donde la gente ignorada por los medios, incapaz de exigir sus derechos, transitan por la inequidad y la miseria. La forma en la que aborda las trampas de la locura que encarcelan a Arthur la separa, inmediatamente, de las narrativas que usualmente se alojan en el género de superhéroes.

El argumento de la película coloca los eventos en la Ciudad Gótica de los años ochenta, antes de que Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) termine convirtiéndose en Guasón. Arthur es un hombre de algunos cuarenta años, solitario, propenso a recibir golpizas de unos bravucones aburridos cuando trabaja vestido de payaso en las afueras de los negocios. Vive con su madre enfermiza, Penny Fleck (Frances Conroy), a la que cuida con delicadeza cuando se encuentra postrada en la cama. Todos los días se enfrenta a la misma incertidumbre. Por las mañanas es un bromista que se gana la vida haciendo reír a una muchedumbre que habitualmente lo ignora, mientras que por las noches intenta escapar de la mediocridad para cumplir sus sueños de ser comediante. Por momentos lo invade la terrible sensación de que la crueldad y el desprecio, así como su adaptación en un sistema que agudiza su depresión y su vulnerabilidad, es una farsa, como si su propia existencia es parte de una broma infinita.

Joaquin Phoenix, quien bajó de peso hasta quedar tan escuálido como un esqueleto, consigue ponerme en una fase de pánico cuando me doy cuenta de lo que es capaz de hacer como actor. Logra una de sus mejores actuaciones como el bufón del crimen. No hay una sola escena en la que no me invada la turbación cuando se hace palpable el descenso hacia la demencia de su personaje. Es una actuación orgánica, metódica, tridimensional, que muestra, sin muchos tapujos, cómo funciona la mente de Guasón.

La película de Phillips me impacta cuando me pasea por las distintas etapas de violencia que atraviesa el atormentado Guasón de Phoenix. Mantiene un ritmo que es constante, fabrica secuencias memorables que se sintonizan estupendamente con la partitura musical de Hildur Guðnadóttir y con una ambientación fiel a la descripción del período. Se trata de una visión humanizada, original e, irónicamente, muy seria sobre el infame payaso.

Ficha técnica

Año: 2019

Duración: 2 hr 01 min

País: Estados Unidos

Director: Todd Phillips

Guion: Todd Phillips, Scott Silver

Música: Hildur Guðnadóttir

Fotografía: Lawrence Sher

Reparto: Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Frances Conroy, Zazie Beetz, Brett Cullen,

Calificación: 7/10

 

 

“Avengers: Endgame”: Final colosal de una saga de Marvel

En esta imagen difundida por Disney, Chris Evans en una escena de “Avengers: Endgame”. (Disney/Marvel Studios vía AP)
  • Yasser Medina | 07-05-2019.7:32 pm.

Me causa mucha emoción haber visto esta película, “Avengers: Endgame”, sin que los patanes insufribles que andan diseminados en las redes sociales me lanzaran algún tipo de spoiler. Supongo que tengo suerte de principiante. La vi en un estado perpetuo de ingenuidad. Y no me arrepiento de absolutamente nada. Ni siquiera de la molestosa algarabía de los fanáticos que vociferaban en la sala de cine como si se tratara de una especie de mitin político.

No hay desperdicio alguno en lo que he visionado, aún con sus tres horas de duración que pasan volando y hacen que me olvide por completo de ir al baño a cubrir mis necesidades urinarias. Es una película de superhéroes entretenida e, insólitamente, muy intimista cuando reúne por cuarta ocasión a los superhombres más poderosos del cine de Marvel para terminar con la saga del infinito que el estudio comenzó hace más de diez años y 21 películas producidas. Y salen bien parada. Si se me presenta la oportunidad, con mucho gusto la vería de nuevo.

Esta secuela de “Avengers: Infinity War dirigida por los hermanos Russo pone mi corazón tan acelerado como una locomotora en algunas de las más espectaculares que haya atestiguado de este universo cinematográfico que, aparentemente, cierra un ciclo para abrir otro nuevo. Con esta película cobra sentido la continuidad establecida durante los 22 capítulos del macrocosmos cuando distingo la revisión, el homenaje imborrable a once años de superhéroes.

En esta imagen difundida por Disney, Robert Downey Jr. en una escena de “Avengers: Endgame”. (Disney/Marvel Studios vía AP)

Tiene acción, humor, melancolía, seriedad. Encuentro satisfacción en una historia muy emotiva sobre el compañerismo, la pérdida y el sacrificio. Los protagonistas que veo se muestran más profundos y empatizo con ellos en cualquier escena. Quizá se extiende más de lo necesario, pero está correctamente narrada. Lleva impresa el sello de la coherencia y de un manejo estupendo de la narración, cuya preponderancia subyace en la riqueza de los personajes, de su mundo tan fantástico y de los conflictos morales que se desatan por las anheladas piedras del infinito.

La trama de la película se sitúa tres semanas después de que Thanos (voz de Josh Brolin) eliminara la mitad de los individuos del firmamento haciendo el chasquido con las piedras del infinito. Presenta a un moribundo Tony Stark (Robert Downey Jr.) deambulando por el espacio al lado de Nébula (Karen Gillan). Ambos son rescatados por Capitana Marvel/Carol Danvers (Brie Larson). De regreso en la Tierra, se reúnen con los Vengadores restantes como Bruce Banner/Hulk (Mark Ruffalo), Thor (Chris Hemsworth), James Rhode/War Machine (Don Cheadle), Natasha Romanoff/Black Widow (Scarlett Johansson), Rocket Raccoon (voz de Bradley Cooper y Steve Rogers/Capitán América (Chris Evans).

En el cuartel, deciden buscar a Thanos para quitarle las piedras del infinito y revertir lo que ha hecho. Lo encuentran mortecino en un planeta lejano. Pero es demasiado tarde. Se dan cuenta de que no pueden hacer nada porque Thanos ha destruido las piedras del infinito para prevenir que las usaran. Cinco años después, con la aparición de Scott Lang/Ant-Man (Paul Rudd), los Vengadores se proponen viajar en el tiempo a través del reino cuántico para obtener las piedras en distintos períodos del pasado y así poder cambiar las acciones del presente.

Me sorprende de inmediato el paralelismo producido por los viajes en el tiempo que entra en juego. Se estructura con buen ritmo y el típico montaje paralelo y de tiempos alternativos. Lo siento ingenioso y necesario. Creo que pocas veces lo he visto en una película de superhéroes. Hay referencias de la cultura popular para adelgazar las explicaciones complicadas que eso supone, a pesar de tratarse de ciencia-ficción.

Los personajes, ahogados en la culpa, viajan al pasado para reconstruir los daños ocasionados en el presente y al mismo tiempo preservar el futuro, pero también, en el caso de algunos como Tony Stark o Steve Rogers, sirve para valorar a sus seres queridos y conocer más de sí mismos. El viaje en el tiempo es adecuado para cerrar los arcos argumentales de varios de los miembros de los Vengadores, incluyendo Iron Man y Capitán América. En esos instantes la película, además de adquirir la esencia clásica del cine de robos, le otorga una profundidad que humaniza brevemente a los personajes que hemos venido conociendo todos estos años. El viaje también se esgrime para concebir una nostalgia autorreferencial que, aunque a veces invoca a la sensiblería gratuita, nos recuerda algunos de los momentos más asombrosos de la saga.

Esta imagen distribuida por Disney muestra a Scarlett Johansson en una escena de “Avengers: Endgame”. (Disney/Marvel Studios vía AP)

Sospecho que la magia de la película reside en la manera tan virtuosa en que los hermanos Russo le pasan factura, equilibrando los subterfugios clásicos de narrativa superheroica con el amplio repertorio de unos personajes que se sienten genuinos. Aunque puede ser previsible (sé de antemano que obtendrán las piedras y que matarán a Thanos) y le sobre metraje, caigo rendido ante los elementos más heterogéneos que la componen.

Los golpes de efecto tienen sorpresas que me asombran cuando menos lo espero, el renovación de personalidad de Hulk como nerd y de Thor como un borracho barrigón me resulta hilarante, la música empática me conmueve en las escenas de mayor carácter dramático, la resolución final del conflicto es una cosa de locos que despierta cada uno de los vellos de mi piel con una de las batallas más colosales que se han realizado en el cosmos marveliano. Me cuesta pensar que se trata de la conclusión de toda una saga, pero así como la vida misma, nada dura para siempre. Hay que disfrutar el viaje. Es el épico final de la primera gran etapa de las películas de superhéroes de Marvel.

Por Yasser Medina

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Ficha técnica
Año: 2019
Duración: 3 hr 01 min
País: Estados Unidos
Director: Anthony Russo, Joe Russo
Guion: Christopher Markus, Stephen McFeely
Música: Alan Silvestri
Fotografía: Trent Opaloch
Reparto: Robert Downey Jr., Mark Ruffalo, Scarlett Johansson, Chris Hemsworth, Chris Evans, Brie Larson, Don Cheadle, Paul Rudd, Josh Brolin (voz),
Calificación: 7/10

“Vice”: Los vicios del poder de un vicepresidente

  • Yasser Medina | 28-03-2019.8:11 pm.

“Vice” es una película biográfica que pone en el tapete un tema que nunca pasa de moda: el poder, esa sustancia adictiva que corrompe la moralidad del ser humano y que lo destruye cuando se deja invadir por una cosa tan irremediable como la ambición. Apartada de los convencionalismos del género, narra la trayectoria de Dick Cheney, personaje siniestro de la política contemporánea estadounidense que durante los dos gobiernos de George W. Bush utilizaba todo su poderío para tomar decisiones (incluso por encima del presidente) que afectarían al mundo entero. Y el retrato es interesante.

A través de la figura de Cheney, catalogado como el vicepresidente más poderoso de la historia de los Estados Unidos, se muestra a puertas cerradas la vida de un burócrata discreto que, desprovisto de todo escrúpulo moral, se burla de la democracia para conseguir intereses personales.

La película, dirigida por Adam Mckay (director de la parodia financiera “The Big Short”), adquiere un ritmo vigoroso al cristalizar la historia del vicepresidente maligno, repartiendo los mejores momentos entre el drama biográfico, la comedia negra y la crítica sociopolítica más explícita. Hay cinismo, hipocresía, amoralidad y falacias en la crónica, adornada, casi siempre, como una afilada sátira sobre los vicios del poder y la manipulación burocrática que se pasea por los pasillos de las altas esferas políticas. Siempre conserva su naturaleza bufonesca y metaficcional, principalmente cuando los personajes rompen la cuarta pared para hablarle a la cámara.

Su trabajo de maquillaje es riguroso, y el montaje logra conferir un estilo de falso documental (cercano al cine de Stone) que salta en el tiempo contando varias facetas de la carrera política de Cheney, interpretado magníficamente por un Christian Bale que está irreconocible.

Para dar a conocer a Cheney, la película recurre a Kurt (Jesse Plemons), un narrador intruso que ha sido testigo ocular y víctima de las resoluciones del funcionario por haber participado en la guerra contra Irak. Este narrador, como si fuera una especie de biógrafo no autorizado, nos cuenta los orígenes de Cheney desde que, en los años sesenta, es un donnadie a favor del alcohol que abandonó sus estudios en la universidad de Yale y un trabajador que cuelga cables para ganarse la vida en Wyoming, hasta los días en que es un vicepresidente que ejecuta órdenes drásticas en la Casa Blanca durante los atentados terroristas del 11 de septiembre; y, asimismo, de cómo la esposa de Cheney, Lynne Cheney (Amy Adams) lo influencia para que cambie su modus vivendi metiéndose a la política, comenzando a trabajar como republicano en el gobierno de Nixon y fijando su interés en el cargo diminuto que ostenta su jefe Donald Rumsfeld (Steve Carrell), dignatario carismático que Cheney idolatra y que, por cosas del destino, termina trabajando para él en el gobierno de George W. Bush (Sam Rockwell).

El argumento de la película, no obstante, representa a Cheney con la imagen de un déspota que se ha embriagado de poder para tomar ventajas políticas diseminadas en estrategias polémicas a medida que asciende en el escalafón de los gobiernos republicanos de Gerald Ford, George H. W. Bush y George W. Bush (Sam Rockwell), en los que ostenta cargos tan prestigiosos como jefe de Gabinete de la Casa Blanca, o al servicio de la hostilidad como Secretario de Defensa durante la guerra del Golfo, o como el vicepresidente que juega a las marionetas con un futuro presidente que es algo ingenuo e inepto, aprovechando la oportunidad, casi siempre, para construir sus planes maquiavélicos detrás de la sombra de los que anhelan una nueva guerra subsidiaria, usualmente bajo el pretexto de combatir el terrorismo.

Para Cheney, cuando la preponderancia crece, la ética decrece. A pesar de todo, es un padre de familia que ama a los suyos y que, cuando se halla fuera del gobierno, también disfruta con ellos, pero con un final feliz a mitad de créditos que simboliza una felicidad falsificada, pues en ese momento es el CEO de una corporación petrolera embarrada de negocios oscuros; la dicotomía ideal que comunica que tanto en la vida pública como en la privada tiene un control incalculable.

La chispa de la película radica en las actuaciones de Christian Bale, Amy Adams, Steve Carell y Sam Rockwell cuando crean personajes que energizan una puesta en escena trepidante. Bale, nuevamente alterando su físico para enriquecer la descripción del rol, logra una interpretación muy metódica como Cheney, robándose los gestos, la forma de hablar y hasta el lenguaje corporal del burócrata cuando habla moviendo la boca y la cabeza de un lado para otro, como si fuera una copia recién sacada de la máquina del original.

Adams está muy bien interpretando a Lynne Cheney como una mujer reservada y muy inteligente, que funciona como el catalizador para algunas de las pericias más importantes del político, la esposa que está siempre al lado de su marido, pero que también es independiente. Carell y Rockwell son eficaces, pero solo son secundarios que aportan cierto grado de comicidad que se yuxtapone a la hermética personalidad del protagonista.

Con esta película, McKay no pretende santificar ni crucificar la silueta de Cheney, sino más bien, criticar la manera tan nefasta en que se maneja el poder tras las cortinas negras que imposibilita que la gente sepa la verdad. Y lo hace con un lúdico sentido del humor que apacigua la gravedad del asunto, recurriendo a metáforas (como la secuencia del pez mordiendo el anzuelo) y a planos de insertos que le otorgan a la narración una esencia de documental sobre los hechos históricos de trascendencia, con componentes subtextuales que aducen moralmente, tanto lo que hace el protagonista (con el monólogo de Bale rompiendo la cuarta pared para justificar las acciones de Cheney) como la sustancia ideológica de la cinta, la cual a modo de metaficción y con un tono muy cínico, termina en una autoparodia al final de los créditos con la discusión sostenida entre un conservador vestido de rojo y un liberal vestido de azul, revelando la ceguera de la sociedad estadounidense ante los esquemas políticos más relevantes. Su película es cautivadora y muy entretenida mostrando la caricatura de un gobernante maquiavélico.

Por Yasser Medina
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“Cold War”: amor en los tiempos grisáceos

  • Yasser Medina | 14-03-2019.9:00 pm.

En los últimos años, del corazón del cine polaco ha salido un cineasta que ha reflejado mejor que nadie la historia de su país desde mediados del siglo XX, cuando Polonia se enfrentaba a los cambios que suponía la crisis social de la posguerra y el eventual alzamiento de la cortina de hierro.

Lo que filma este director, en esta etapa de su carrera, siempre está impreso con un blanco y negro preciosista que suscita emociones complejas, con un inmaculado control compositivo del encuadre, con silencios expresivos que, a veces, se yuxtaponen con miradas y una música sensitiva que comunica desilusión. Los personajes que habitan su microcosmos son muy humanos y buscan respuestas a cosas tan simples como el amor, la soledad y los pormenores sociopolíticos del período. Me refiero, por supuesto, a Pawel Pawlikowski, el director de obras tan hermosas como la memorable “Ida” y, ahora, recientemente, “Cold War”, película que representa su mayor grado de madurez estética.

Con esta película, Pawlikowski cincela un romance poético, desgarrador, melancólico, sobre un hombre y una mujer que se aman demasiado, pero que son víctimas de unas circunstancias que simbolizan la ruptura de un país azotado por las ideologías políticas del autoritarismo, del que no pueden escapar e impide que estén juntos durante varios años.

Con ellos, nos traslada por la época de los años cuarenta, cincuenta y sesenta bajo atmósferas grisáceas que ilustran la desesperación y el inevitable dolor interno al que se enfrentan los protagonistas, desplazando sus escenas, sutilmente, por la Polonia controlada por el estalinismo, por los cabarets franceses adornados de un ambiente de jazz, por la rígida Yugoslavia en tiempos de Tito. Hay fiestas, arte, pesadumbre, conminación.

El clima de su cinta describe una tensión política que se encuentra dormida en el fondo de un Estado autoritario, pero que, indirectamente, ayuda a compensar el embrollo idílico al que se exponen la bella Zula y el taciturno Wiktor, los amantes pasajeros que sufren una desdicha irremediable.

Ellos se conocen en el año 1949 en Polonia, en un grupo de danza folclórica que ensaya un acto para rendir homenaje a las tradiciones polacas de una comunidad rural. Allí, Wiktor Warski (Tomasz Kot) es un reputado pianista que ha sido contratado para dirigir la composición de la obra y supervisar en la audición a las bailarinas que van fichando, entre las que se encuentra Zuzanna “Zula” Lichon (Joanna Kulig), una muchacha talentosa que sabe bailar y cantar, pero que tiene un pasado siniestro que pone en jaque sus posibilidades de ingresar al grupo de danzadoras.

Wiktor, encantado por la presencia de la escultural mujer, consigue que la contraten. Y allí, tras bastidores, poco a poco, se enamoran con la mirada, los gestos, los pensamientos. Se besuquean, tienen sexo, todo parece placentero. Sin embargo, cuando los camaradas soviéticos se acercan al grupo para imponer una mezcla de arte polaco con panfletos estalinistas, Wiktor se niega a participar y deserta hacia Berlín Occidental y, penosamente, se separa de Zula, quien decide quedarse.

Con el paso de los años, el Wiktor y Zula se siguen viendo en el exilio en los países que recorre la orquesta para difundir su arte propagandístico. Y la mecha de su romance no se extingue. Ambos figuran la metáfora del sentimiento autóctono polaco, evocando la unificación de una cultura identitaria que se encuentra fraccionada por los regímenes totalitaristas que recurren a la manipulación política más endemoniada para suprimir el arte popular, pero que, con el tiempo, volverá a estar unificada.

Mezclan su pasión con la música para tratar de olvidar los escenarios sociales y políticos que despojan sus ánimos de autonomía. En cada reencuentro, su libertad se halla entre el cariño y el arte que es, a la vez, el único medio de escape para evaporar sus penas y sentir ese apego que los pasea por la tristeza, los líos maritales, las discusiones, la ternura, la catarsis.

Wiktor y Zula están interpretados con mucha finura dramática por Tomasz Kot y, especialmente, por Joanna Kulig. Tomasz interpreta a Wiktor como el hombre solitario que recurre a tocar el piano para estampar lo que siente, alguien que con el atisbo transmite la impotencia de no estar junto a la mujer que ama, pero que cambia a una cara de regocijo efímero cuando la tiene de frente. Por otra parte, Joanna, es demasiado buena frente a los planos de Pawlikowski.

Su actuación es muy eutrapélica cuando su Zula expresa el desconsuelo de un pasado agridulce, la angustia de no estar con la persona que quiere, la soberbia producida por los celos en estado de ebriedad, sentimientos que sabe aligerar cuando también se escuda en el canto para disminuir las aflicciones. Los dos se sienten orgánicos, sobrios, con una química que se vuelve muy empática en todas las escenas.

Pawlikowski encuadra la película con un tratamiento formal que esculpe una imagen de gran factura visual. Su magistral uso del blanco y negro, de la elipsis y del montaje revela las sensaciones de los protagonistas y convierte una narración tan sencilla en algo sublime, vigoroso y muy poético; componentes que se acrecientan con una música espléndida que simboliza las dicotomías de dos frentes ideológicos muy diferentes que se reparten la cultura musical entre el jazz, el rock y la música clásica. Habla sobre el amor más profundo que supera los anclajes del tiempo, los regímenes implacables que suprimen el arte con la propaganda política, los seres queridos que, como los vientos que golpean las hermosas sabanas polacas, han partido hacia otro campo para ser felices por toda la eternidad.

El sofisticado tonelaje que tiene para crear escenas íntimas me ha sacado lágrimas de enternecimiento, es una película muy emotiva.

Ficha técnica
Título original: Zimna wojna
Año: 2018
Duración: 1 hr 28 min
País: Polonia
Director: Pawel Pawlikowski
Guion: Pawel Pawlikowski, Janusz Glowacki
Música: Marcin Masecki
Fotografía: Lukasz Zal
Reparto: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc
Calificación: 8/10

Por Yasser Medina
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“The Favourite”: Feminidad y poder

  • Yasser Medina | 09-03-2019.3:56 pm.

El cine de Yorgos Lanthimos es uno que, en los últimos años, se ha convertido en la panacea de los festivales internacionales de cine, ganándose una manada de seguidores que ya lo consideran como el nuevo profeta de la vanguardia cinematográfica. Se caracteriza por estampar, con temas perversos y un humor negro, la posición actual del hombre en una sociedad posmoderna que le ha arrebatado la naturaleza.

Suele estar habitado por personajes raros e inexpresivos que solo tienen tiempo para lo retorcido, lo rupturista, lo deshumanizante, en películas que poseen cierta originalidad, pero que también son cuantiosamente plúmbeos por la abundancia de exposición calculada. Y me importa muy poco. Casi nunca me identificaba con su estilo. Encuentro terriblemente soporíferas películas como “Kynodontas”, “Alpeis”, “The Lobster”, “The Killing of a Sacred Deer”, hasta al punto de que había perdido el interés por su excéntrico universo.

No obstante, la cosa ha cambiado con “The Favourite”, la más reciente película de este director que me ha devuelto la esperanza por su cine, trabajo que marca la tercera vez que atraviesa los terrenos de producción anglosajones. El guion lo ha escrito Deborah Davis y Tony McNamara, quienes reemplazan al coguionista habitual de Lanthimos, Efthymis Filippou. Y el resultado es grandioso.

Tiene un arranque prometedor que siempre conserva el ritmo. Me ha dejado anonadado con el barroquismo visual que atestiguo en su puesta en escena y en unas actuaciones magistrales de Rachel Weisz, Emma Stone y, muy especialmente, Olivia Colman como la reina Ana. Hay celos, traición, intimismo.

Las situaciones de las protagonistas son provocativas, el juego de obsesión y poder es retorcido, el retrato de las tres edades de la mujer es sofisticado cuando recurre al humor más absurdo para dibujar las idiosincrasias de unos aristócratas que han olvidado su condición humana.

La película está ambientada en Inglaterra en el siglo XVIII y relata la historia de la reina Ana (Olivia Colman) y una mujer que es como su mano derecha, Lady Sarah (Rachel Weisz), la duquesa de Marlborough. O sea, la favorita. Y para la reina Ana es un momento difícil. A pesar de su estado de salud delicado, Ana debe lidiar con los asuntos políticos para liderar a su país en medio de la guerra contra Francia. Pero la realidad es que Ana no hace nada.

Las decisiones estatales las toma Lady Marlborough, quien aprovecha el carácter inestable de la monarca y su estrecha relación con ella para hacer lo que se le antoje. Las circunstancias se complican cuando llega al palacio la nueva sirvienta y prima de Lady Marlborough, Abigaíl (Emma Stone), que trata de desestabilizar el vínculo íntimo entre Lady Marlborough y la reina Ana para convertirse en la nueva favorita y así lograr salir de la miseria.

Estas tres mujeres simbolizan la inconformidad, la manipulación y la venganza, amplificado por el choque de personalidades que prevalece entre la reina y sus cortesanas. La reina Ana, interpretada por una brillante Olivia Colman, representa la efigie de una mujer insegura, ciclotímica y petulante que siente una necesidad de afecto para cubrir las pérdidas del pasado (sus hijos son figurados como conejos) y escapar de las presiones políticas del presente, refugio que consigue al mantener una relación sexual y de amistad con la posesiva Lady Marlborough y que, asimismo, sirve para ocultar las garras de una autoridad invisible que la mantiene al tanto de todo.

Igual sucede con la dominante Lady Marlborough (una inmensa Rachel Weisz) cuando descarga su verborrea manipulativa con la reina, o cuando manifiesta envidia y una rabia soterrada hacia su rival Abigail en un declive emocional que agrieta su frialdad y su desesperación. La habilidosa Abigail, que pasa de ser una vulnerable sirvienta a una villana de tiempo completo, es la malcriada que utiliza el engaño para salvarse de una marginación segura, desequilibrar la unión entre la reina Ana y Lady Marlborough y garantizar su regreso a la aristocracia, aunque se da cuenta, casi en el clímax, de que su influencia pertenece a un círculo de sumisión del que no puede desertar.

Lanthimos encuadra la vida cotidiana desde la perspectiva de unas damas que emplean el patetismo para disputarse por las diversas variantes del poder. Y su discurso me cautiva. En su diatriba moral sobre la feminidad y la codicia, cincela a los hombres como unos inútiles para robustecer a tres mujeres fuertes que pueden afrontar las decisiones laminadas en la política de un país sanguinolento.

Ilustra que Ana, Sarah y Abigail, al igual que muchas mujeres poderosas a lo largo de la historia (también en la contemporaneidad), pueden ser tan crueles, avariciosas y esperpénticas como los hombres y no necesitan de la presencia masculina para emanciparse de las etiquetas sociales, de un sacrificio ocasionado por las contrariedades de las esferas sociales más elevadas y de una vorágine pasional que va más allá de las libertades sexuales y el objeto del deseo.

La película construye un mosaico majestuoso que honra la cotidianidad de la realeza en un período particular de la historia británica, rodado con un precioso estilo barroco que enamora mis retinas y me produce una sensación de catarsis cuando Lanthimos, con el primer plano, el contrapicado y la recurrencia del gran plano general, a veces encuadrados con las lentes ojos de pez, destaca la atmósfera claustrofóbica que describe las intensas emociones de las protagonistas.

Me pasea por aposentos enormes en los que los personajes visten del vestuario sublime de Sandy Powell (casi siempre blanco y negro) para adornar los claroscuros de lo que piensan, iluminados de día por una luz natural que entra por las ventanas y de noche a merced de unos candelabros que crean una intimidad cercana a los lienzos de De La Tour o a la belleza de “Barry Lyndon” (1975), de Kubrick. La música también suscita clasicismo para mis oídos. Es un drama de época de prodigiosa envergadura formal, la cinta más imponente de la filmografía del director griego.

Ficha técnica
Año: 2018
Duración: 1 hr 59 min
País: Reino Unido, Estados Unidos
Director: Yorgos Lanthimos
Guión: Deborah Davis, Tony McNamara
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Olivia Colman, Emma Stone, Rachel Weisz, Nicholas Hoult, Joe Alwyn,
Calificación: 8/10

Por Yasser Medina
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“Bohemian Rhapsody”: Biopic decepcionante sobre Freddie Mercury

FILE – This image released by Twentieth Century Fox shows Joe Mazzello, from left, Ben Hardy, Rami Malek and Gwilym Lee in a scene from “Bohemian Rhapsody.” “Bohemian Rhapsody” director Bryan Singer is facing new allegations that he sexually assaulted minors, leading the British Academy of Film and Television Arts to scrub his name from its awards nomination ahead of its show Sunday, Feb. 10, 2019. Questions also remain about whether the allegations will affect the film’s Oscar chances. (Alex Bailey/Twentieth Century Fox via AP, File)
  • Yasser Medina | 21-02-2019.6:40 pm.

Queen es una banda de rock británica que se ha consolidado como una de las más populares de todos los tiempos, alcanzando, en la cima de su éxito, ventas de álbumes como muy pocas agrupaciones musicales. Se ha hecho célebre con canciones tan notorias como “We Are the Champions”, “Bohemian Rhapsody” y “We Will Rock You”, sencillos que se han convertido en himnos que la gente canta como si estuvieran reunidas en una especie de ritual. Sus funciones eran espectáculos provocativos que transmitían una energía inagotable, sobre todo por el carisma de su vocalista Freddie Mercury, que hizo que llegaran a un pico durante la década de los setenta y a principios de los ochenta.

Sobre la banda se han escrito libros, se han realizado documentales, se han hecho homenajes. Y en la actualidad es el centro de atención de una película biográfica que, irónicamente, pierde toda la esencia y ese vigor que caracterizaba al conjunto.

La película se titula “Bohemian Rhapsody” y la ha dirigido Bryan Singer, director que por razones personales fue despedido por la 20th Century Fox en medio de un rodaje caótico y reemplazado por Dexter Fletcher. Lo mismo se refleja en la película.

Hay una dicotomía autoral que maltrata la narración, es brutalmente larga, se precipita por contar la agitada vida de Freddie Mercury con decisiones creativas muy torpes y una mecánica convencional que logra que el recorrido sea apresurado, insustancial y con poco tiempo para la cohesión. Me canso de ver a los personajes dar vueltas en sus giras, en unos conciertos y situaciones en los que no empatizo ni con la música ni con los personajes.

De nada sirve que tenga una actuación decente de Rami Malek como Freddie Mercury quien, lentamente, se transforma en una figura de arcilla a favor de la artesanía.

La cinta comienza con la subida de Freddie Mercury (Rami Malek) al escenario durante la presentación que tiene la orquesta en el Live Aid en 1985, concierto legendario con el que también se concluye la historia. Pero antes de estos eventos, narra los inicios de Mercury (de nombre Farrokh Bulsara) cuando es un estudiante británico de origen parsi que trabaja cargando equipajes en un aeropuerto y demuestra el talento que tiene para componer canciones y cantar frente al guitarrista Brian May (Gwilym Lee), el baterista Roger Taylor (Ben Hardy) y el bajista John Deacon (Joseph Mazzello), cuarteto que más tarde conforma a Queen. Y luego llega el estrellato que es indetenible y trae consigo una serie de circunstancias que carecen de fuerza dramática: la indecisión que le provoca confesar su bisexualidad, el miedo de revelar a la prensa que ha contraído el sida, los excesos producidos por su estilo de vida descontrolado que lo mantiene nadando entre el alcohol, las drogas y las orgías festivas.

El argumento parece un disco de vinilo rayado que se repite con las idiosincrasias de Freddie Mercury y de Queen. Resulta muy fácil cuando adquieren un estatus de gloria que se ilustra como una campaña de mercadeo al servicio de un álbum de grandes éxitos, donde todo le sale bien a un grupo que recorre estadios para tocar ante multitudes generadas por ordenador una música que casi no se deja sentir.

Hay clichés por todas partes, como los romances efímeros de Mercury con mujeres y hombres, la producción de canciones memorables convertidas en demostraciones sin nada de atractivo y la presencia de un villano homosexual, Paul Prenter (Allen Leech), retratado como un manipulador de facto que es el responsable del declive de Mercury y que aprovecha el romance con él para entorpecer las acciones de los otros miembros de la cuadrilla.

La actuación de Rami Malek se mete en la piel de Mercury cuando recrea el lenguaje corporal, los gestos y la forma de expresarse del cantante, normalmente adornado de un vestuario exuberante y de una dentadura prostética que transforma su cara. Interpreta a un rockstar elocuente, arrogante y megalómano que es seducido por los demonios de la fama y que abusa de sí mismo para alimentar sus placeres y desafiar los estereotipos de la época, cosa que se disipa cuando contrae el sida.

Por momentos es auténtico con lo que describe la historia, pero como no hay mucha sustancia, la carencia de profundidad psicológica se evidencia, quedándose a medio camino entre lo superficial y lo ridículo y reduciendo la efigie de Freddie Mercury al tamaño de esas figuras de plástico que son bonitas por fuera, pero vacías por dentro.

La película utiliza el famoso concierto Live Aid como una parábola moral de la redención del artista que, al ser castigado por la extravagancia, remedia la pesadumbre con una reconciliación muy cutre y con una música que lo libera de sus cadenas. O sea, que la música es la catarsis, el remedio casero para los problemas de la vida privada del protagonista. Y aunque la recreación de la época posee cierta autenticidad, los intérpretes en tarima solo consiguen que bostece con la lista de reproducción.

La marca estilística de Singer, Dexter, o quien sea que la ha dirigido, es patética sintetizando la hoja de vida de Freddie Mercury, con un homenaje que suaviza verdades, perezosamente, recurriendo a una ingenuidad que deja la emoción detrás del escenario. Qué felicidad he sentido cuando rodaron los crédito.

Ficha técnica
Año: 2018
Duración: 2 hr 14 min
País: Reino Unido, Estados Unidos
Director: Bryan Singer, Dexter Fletcher
Guion: Anthony McCarten
Música: John Ottman
Fotografía: Newton Thomas Sigel
Reparto: Rami Malek, Joseph Mazzello, Ben Hardy, Gwilym Lee, Lucy Boynton,
Calificación: 4/10

Por Yasser Medina
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“Green Book”: Las dos caras del racismo

  • Yasser Medina | 07-02-2019.7:33 pm.

A principios de los años sesenta, la lucha por los derechos civiles en la sociedad estadounidense estaba llegando a un punto culminante contra la segregación racial, etapa en la que la intolerancia, la discriminación y el racismo afectaban la vida cotidiana de distintos grupos étnicos, en su mayoría afroamericanos.

Una persona de color no tenía permitido ir a lugares frecuentados por personas de tez blanca; no podían acudir a cenar a los restaurantes, no podían ver películas en el cine, no podían orinar en los baños, no podían ser tratados en los hospitales si caían enfermos, los jóvenes no podían estudiar en las escuelas. Lugares como estos estaban segmentados solo para gente de su propia etnia y nadie podría cruzar la barrera. Y el que la cruzaba sabía lo que le esperaba.

Era un momento difícil, de mucha tensión social y política, en el que el racismo trazaba una delgada línea que dividía el país. Esta separación, no obstante, toleraba la cercanía en circunstancias de subordinación, con el fin de que una persona de una raza determinada pueda trabajar como lacayo para una de otra raza.

Estos temas, que todavía hoy en día son de gran relevancia, se conjuntan de forma elegante en “Green Book”, una película inspirada en hechos reales que edifica un estudio de personajes muy acogedor con la crónica del chófer italoamericano que, irónicamente, trabaja para un pianista afroamericano, quienes, a la vez, funcionan como una parábola soterrada de la tolerancia y de la equidad racial en una sociedad segregada por unos prejuicios raciales que, mayormente, se hallan fuera de campo. La dirige Peter Farrelly, director de comedias que ahora se inclina por el drama más serio, aunque nunca abandona la ligereza cómica. Y me agrada lo que concibe.

La recreación del período, el sentido del humor, la buena música, el ritmo que nunca decrece y, sobre todo, las magníficas actuaciones de Mahershala Ali y Viggo Mortensen, añaden algo de sustancia a una narración tan simple. Es una película de carretera en la que el relato de los protagonistas, Frank “Tony Lip” Vallelonga y “Doc” Don Shirley, va cobrando fuerza con cada kilómetro que recorren por el sur profundo de los Estados Unidos, donde nos pasean por los caminos de la infamia y el racismo.

La historia comienza en los años sesenta cuando Frank Vallelonga (Viggo Mortensen), apodado Tony Lip por sus colegas italoamericanos, es despedido del club Copacabana luego de un intercambio de trompadas con un cliente. Tony es un tipo fuerte, de temperamento violento y de una capacidad inimaginable para convencer a los otros con los cuentos y las mentiras. Como padre de familia, Tony hace lo que puede para mantener a su familia, pero la situación socioeconómica empeora. Sin embargo, su suerte cambia cuando es contratado como chófer por el virtuoso pianista negro Don Shirley (Mahershala Ali) para que lo acompañe y lo proteja durante una gira de conciertos por el sur.

Tony y Doc son una metáfora preciosa sobre una igualdad utópica entre los individuos de una misma raza. Y no tienen nada en común. Uno es un italoamericano que lleva en las venas un racismo latente hacia los afroamericanos, pero que respeta sus costumbres y su cultura; el otro, es un afroamericano refinado que, por haber tenido una educación de personas blancas pertenecientes a la burguesía, ha olvidado sus raíces identitarias. Son el negro y el blanco, literalmente.

Las dos caras del racismo. Sus personalidades son muy opuestas, pero, precisamente, sirven para reforzar una amistad que rompe la barrera segregadora en la época en la que viven cuando, confiando en el “Libro Verde”, una guía de los establecimientos para el hospedaje de afroamericanos, se dan cuenta (Tony, principalmente) de cómo el racismo y los prejuicios que rodean las zonas sureñas degradan la condición humana. En su viaje hay inconvenientes raciales, momentos de hilaridad, escenas sentimentales que terminan en una especie de catarsis redentora para ambos, una lección moral que reforma lo que piensan de los estereotipos que habitan su país.

Es en las interpretaciones de Viggo Mortensen y de Mahershala Ali donde reside la magia de la película, el trabajo actoral que elaboran es magistral, con unos diálogos placenteros y cargados de ironía que suscitan una reflexión profunda. Mortensen crea uno de los personajes más entretenidos de su carrera, interpretando, con una gran facilidad para el acento y los gestos, al estereotipo de un italoamericano que parece haber sido sacado de las películas clásicas de mafiosos, el hombre rudo que no se tuerce por nada pero que se mantiene firme en unas acciones que son serias, divertidas y muy sinceras.

Ali, consigue una actuación muy orgánica como el artista afroamericano que trabaja al servicio de la hipocresía para desnudar las arbitrariedades raciales en tiempos de segregación, un personaje muy natural que utiliza la música como sinónimo de protesta y sacrifica su identidad para que veamos la verdad universal del racismo institucional y hasta de la homofobia. La química de ambos engalana y dosifica muy bien la empatía, la comicidad y el halo dramático de los personajes.

El director Farrelly, en su primera película en solitario, opta por una película que resulta encantadora con la pareja de protagonistas y con la distribución de géneros que termina nivelando el drama biográfico y la comedia con un ritmo muy acertado. Expone las vicisitudes del racismo, la estereotipificación de los inmigrantes, fortalece el interculturalismo con grandiosas actuaciones de Mahershala Ali y de Viggo Mortensen y, aunque la simplicidad del argumento puede caer en algunos instantes convencionales, nunca descuida la honestidad con la que es contada. Es como si fuera una versión retorcida de “Driving Miss Daisy”, pero una agradable y muy entretenida.

Ficha técnica

Año: 2018
Duración: 2 hr 10 mins
País: Estados Unidos
Director: Peter Farrelly
Guión: Brian Hayes Currie, Peter Farrelly, Nick Vallelonga
Música: Kris Bowers
Fotografía: Sean Porter
Reparto: Viggo Mortensen,  Mahershala Ali,  Iqbal Theba,  Linda Cardellini,  Ricky Muse,
Calificación: 7/10

Por Yasser Medina
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“Don’t Worry, He Won’t Get Far on Foot”: Redención en tiempos de corrección política

  • Yasser Medina | 29-01-2019.4:41 pm.

El cine de Gus Van Sant, uno de los pilares del nuevo cine independiente norteamericano (que en ocasiones ha tocado la cúspide del cine comercial), es uno que me resulta interesante cuando revela la otra cara de su país, con narraciones que suelen ser provocadoras, pero que adquieren una postura inflexible para resolver los conflictos. En casi todas sus películas presenta historias de gente de los estratos más bajos de la sociedad norteamericana: drogadictos al margen de la ley, homosexuales marginados, mujeres que anhelan robarse el sueño americano, genios rebeldes, adolescentes conflictivos; personajes derrotistas con una naturaleza levantisca que, a veces, desean liberarse de la pesadumbre con la redención que la misma sociedad les ha negado. Estos temas oscuros de su estilo habían decrecido un poco en la última década; sin embargo, ha regresado a esa forma tan irreverente en la entrañable “Don’t Worry, He Won’t Get Far On Foot”, su más reciente película.

Esta cinta biográfica de Van Sant es agradable y muy sorpresiva, sobre todo con la gran interpretación de Joaquin Phoenix como el dibujante que ama la incorrección política. Está basada en la vida del caricaturista John Callahan (1951-2010), hombre con un pasado traumático que, en una noche de borrachera, producida por su adicción incontrolable hacia el alcohol, sufre un accidente que lo deja cuadripléjico. Hay tragedia, desdicha y momentos de claridad. El componente dramático de la historia de Callahan es escueto y aterrador, pero se aligera con una comedia negra que da mucha risa y algunos personajes tan desgraciados como él. Y con ciertos paralelismos causados por el montaje y los tiempos alternos, paso un buen rato viendo la vida de este señor en los mosaicos del pasado y el presente.

Callahan (Joaquin Phoenix), postrado en una silla de ruedas, recordando ante una audiencia lo que le ha pasado, relata el destino trágico con la moraleja de “si vas a manejar, mejor no tomes”. También recuerda a la gente que conoció luego del accidente en las sesiones de una terapia para alcohólicos anónimos. Eran los años setenta y principios de los ochenta. En aquel entonces él todavía caminaba, y llevaba tiempo siendo un alcohólico. Su vida era maldita. Sus padres lo abandonaron, comenzó a beber alcohol a los doce años y fue abusado sexualmente por una profesora. La adicción al alcohol y la desesperanza lo llevaron a la ruina a los 21 años, cuando un aparatoso accidente en coche le induce graves lesiones en la médula espinal con las que queda paralítico. Pero milagrosamente sobrevive, y con algo de terapia aprende a usar los músculos de las manos. Y cuando visita el peculiar grupo de rehabilitación de Donnie (un revelatorio Jonah Hill) separa el miedo de la esperanza, refugiándose en el dibujo para satirizar lo que piensa de la sociedad con los tópicos que son considerados tabúes, sintiendo una inspiración que nunca hubiese descubierto sin el accidente.

Es a Phoenix a quien hay que darle parte del crédito por su actuación como John Callahan, su mimetismo es demasiado bueno para interpretar a este individuo solitario que ha caído en el abismo de la vergüenza y que luego se levanta para pedir perdón. Es el retrato de una persona de mucha energía y con cierto encanto. Puedes amarlo u odiarlo. Siempre confinado en una silla de ruedas, aprovecha el potencial emocional de los primeros planos. Provoca impotencia, compasión, rabia. Sus diálogos tienen inclinación por la sobriedad. En cada escena, hasta en las que el protagonista tiene flashbacks, captura convincentemente la angustia y la rebeldía de Callahan en distintas etapas de su vida. Es muy creíble en el camino hacia el autodescubrimiento que tiene el protagonista cuando visita los grupos de terapia de Alcohólicos Anónimos.

El título de la película hace alusión a una caricatura de Callahan en la que tres vaqueros se encuentran en el desierto con una silla de ruedas vacía y uno de ellos dice: “no te preocupes, no llegará lejos a pie”. Pero también es una metáfora de un hombre que satiriza lo que la misma sociedad ha ignorado por su condición, comunicando lo lejos que evolucionó como caricaturista a pesar de estar condicionado a una silla de ruedas, algo que se simboliza casi como leitmotiv en otro dibujo que muestra el proceso evolutivo del hombre. Irónicamente andando a pie, quién sabe, quizá hubiese muerto por una sobredosis de alcohol. Tuvo que sentarse para enfrentar los fantasmas del pasado y rehabilitar su vida.

Aunque la película evita algunos clichés genéricos como el de la superación personal y esparce las escenas más dramáticas con algo de melancolía, es en la presentación de textos como la irreverencia y el cinismo donde se intensifica el discurso de la historia de Callahan. Van Sant, con un ritmo ágil, consigue que ese comentario sobre el humor negro que ofende la moralidad de la gente y que es censurado por razones sociales, sea una alegoría de estos tiempos en los que la incorrección política es un acto de intolerancia. Callahan es uno de esos hombres que vencieron a los vigilantes de la moral, dibujando, con mucho ingenio, una sátira de la sociedad contemporánea.

Ficha técnica
Año: 2018
Duración: 1 hr 54 min
País: Estados Unidos
Director: Gus Van Sant
Guión: John Callahan, Gus Van Sant
Música: Danny Elfman
Fotografía: Christopher Blauvelt
Reparto: Joaquin Phoenix, Rooney Mara, Jonah Hill, Jack Black, Mark Webber
Calificación: 7/10

Por Yasser Medina
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“Aquaman”: Superhéroe de plástico desechable

  • Yasser Medina | 17-01-2019.4:47 pm.

Parece una costumbre que, en el cine de superhéroes de las películas del Universo Extendido de DC, exceptuando, por supuesto, a la asombrosa “Man Of Steel”, se produzca una fórmula muy genérica que, con cada estreno, sentarme a verlas con su metraje excesivo es una especie de tortura medieval para mis retinas. Voy al cine entusiasmado y salgo aburrido. Me resulta difícil entretenerme con ellas. Se vuelven planas, trilladas, previsibles. Están inundadas de una holgazanería narrativa en la que la trama es un resorte para la insustancialidad y la falta de cohesión, de personajes muy icónicos convertidos en figuras de acción de masilla que solo quieren ser héroes al servicio de la ingenuidad, de una fatigante pirotecnia en la que uno no sabe ni qué está pasando entre tanto caos. De su línea en solitario ya han estropeado a la Mujer Maravilla y ahora, recientemente, también al icónico Aquaman, la última película en su catálogo de productos de segunda mano.

“Aquaman” la dirige James Wan, director acostumbrado al género del terror que, por primera vez, incursiona en el género fantástico, con una fantasía submarina que me produce una sensación que solo encuentro cuando veo a los peces en la pecera o en el acuario, donde no pasa nada relevante durante dos horas y media eternamente largas y los peces se transforman en personajes (incluyendo al héroe de la portada) de plástico desechable. Sus efectos visuales son decentes, pero la trama luce reciclada de otras películas que no valen la pena mencionar. El génesis de Aquaman se hunde en las aguas más profundas del hastío con la historia de Arthur Curry/Aquaman (Jason Momoa), el héroe de plástico en un mar de basura que tiene la difícil tarea de unificar a unos reinos acuáticos que, para su mala suerte, son parte de una sociedad sofisticada, intolerante y autoritaria que está en medio de una guerra subacuática.

La historia de la película, narrada por el mismo Arthur, comienza contando un romance muy precipitado entre sus padres, Atlanna (Nicole Kidman), Reina de la nación subacuática de Atlantis y, Tom Curry (Temuera Morrison), el guardián de un faro, y lo que ellos hacen para protegerlo. Un par de años después en la adultez, Arthur, que es mitad humano y mitad atlante, regresa a visitar a su padre luego de un viaje largo en el que pelea con piratas submarinos y algunos tipos malos. Y allí inician unos problemas que me importan muy poco cuando conoce a la Princesa Mera (Amber Heard) y ella acuda en su ayuda para buscar un tridente legendario por el globo e impedir que el rey de Atlantis declare la guerra al mundo terrestre que tanto ha contaminado los mares, algo que el mismo póster de la película revela.

Todas las secuencias de la película están fabricadas para que el héroe, Aquaman, recurra a los subterfugios más artificiosos y pueda salir triunfante con el tridente en la mano derecha y con la muchacha [Mera] que es su interés romántico en la mano izquierda, en una aventura ininteligible que los pasea por tierra, mar y aire con el fin de consumir la interminable duración de la forma más fácil posible: dando vueltas. Las pistas que siguen a Arthur y Mera (con una química muy pobre entre Jason Momoa y Amber Heard) se colocan para que se agudizan las contrariedades causadas por villanos como David Kane/Black Manta (Yahya Abdul-Mateen II) o como el hermano de Aquaman, Orm Marius/Ocean Master (Patrick Wilson), enemigos con motivaciones muy cuestionables e innecesarias.

Momoa le inyecta un carisma calculado a Aquaman, interpretándolo como alguien burlesco, arrogante, inexpresivo, con una mala reputación que logra motivarlo para encontrar un verdadero propósito más allá de su lado público como un superhéroe de la Liga de la Justicia. Sin embargo, sus líneas de diálogo son pésimas y el humor que proyecta es desabrido y muy automatizado. Su presencia casi no se siente porque no hay ninguna escena memorable que tatúe su personalidad. Es solo el héroe de rutina que tiene la labor de salvar a los suyos para descubrir su identidad.

Con esta película, Wan comunica ideas soterradas que son interesantes como la protección del medio ambiente, el cuidado de los océanos que los humanos han destruido y la metáfora de la tolerancia en la diversidad étnica, pero que son enterradas bajo el agua para favorecer un espectáculo visual muy pomposo y trivial saturado de criaturas generadas por ordenador y enfrentamientos debajo del mar con unos personajes que parecen marionetas tendiendo de un arrecife de coral. Su película es aburrida, estrepitosa, novelesca, con un tercer acto agotador en el que casi me ahogo de tanto bostezar.

Ficha técnica

Año:2018

Duración: 2 hr 23 min

País: Estados Unidos

Director: James Wan

Guión:David Johnson, Will Beall

Música: Rupert Gregson-Williams

Fotografía: Don Burgess

Reparto:Jason Momoa, Amber Heard, Patrick Wilson, Willem Dafoe, Nicole Kidman

Calificación: 4/10

Por Yasser Medina

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