Tegucigalpa, Honduras Nació en un hogar integrado por su mamá y su papá -que era pastor evangélico-, sin embargo, al morir su progenitora, el aparente desamor de su padre lo llevó a las calles. Con sólo 10 años empezó a consumir drogas, integró una pandilla y a los 12 años, ya era cabecilla de mara. Además, ya había cometido los primeros asesinatos.
José Javier, (Nombre ficticio) entrevistado por ( Conexihon) fuera de su lugar de origen, cuenta que ahora es un fugitivo de la pandilla y de la Policía, cometió más de 50 asesinatos, según recuerda.
En nueve años se convirtió en uno de los 16 “gatilleros”, o sicarios, de uno de los jefes de un cartel del narcotráfico, que fue y es diputado al Congreso Nacional hondureño, contó. Pero encontrar a José no fue fácil, entrevistarlo menos, su condición de seguridad y la información que maneja lo convierten en una pieza clave en muchos casos que conoció, pues, en ocasiones fue hasta representante de su jefe en transacciones de droga, trata de mujeres y tráfico de armas en Colombia.
Este “gatillero”, relata cómo las maras ya tienen su propio sistema de inteligencia, como se entrenan y la forma de abandonar la pandilla, que pasa únicamente por “Dios o la muerte”. El pandillero se refiere a su “patrón”, como un poderoso diputado, muy conocido y querido, capaz de mandar a matar -con una sonrisa en los labios- a gente que no le complace.
Este sicario es testigo y organizó hasta eventos de belleza para reclutar mujeres para la mafia, conoce de los asesinatos de periodistas y de personajes públicos del país, que ocurrieron por orden de su “jefe”, además de cómo la policía convierte a inocentes en culpables o culpables en inocentes, para proteger a los verdaderos asesinos, dijo.
Para poder dialogar con José Javier la decisión no fue difícil. Al llegar al lugar concertado, en pleno día, música de pinares y aves cantando, hacían un buen escenario. Sin conocer a José pero sin esperar a nadie más no cabía duda que era él que llegaba en un vehículo, acompañado.
No había reglas para la entrevista, pero al verlo no aparentaba ser un criminal o extraño, al contrario, afable, fornido de contextura, no es mal encarado, aunque en su cuerpo conserva vestigios de los tatuajes que usó y cicatrices en la cabeza que reflejan sobrevivencia.
Se sentó en una silla plástica y lo miré, realmente estar con un personaje que confiesa haber cometido tanto delito y sin saber cuál podría ser conducta en la entrevista era una situación de incertidumbre.
Luego en la charla se dejó claro que algunas preguntas no las contestaría y que de algunos casos tampoco podría dar detalles. Pero sí era inquietante conocer más detalles de ese personaje público, político e influyente diputado que, según dijo José Javier, está detrás de tanto crimen en el país.
Con un lenguaje fluido y acompañado de acciones corporales José parece ser un gran tipo. Empezó por recordar que al morir su madre todo se derrumbó en su familia, su padre un gran predicador pero incapaz de externar amor a sus tres hijos.
José sentía esa ausencia maternal y paternal, entonces buscó refugio en la ruidosa soledad de las calles, sentado en las esquinas lloraba y cuando visitaba a una tía lo acusaban de todo lo malo que ahí ocurría.
Fue así que una tarde soleada, unos muchachos lo invitaron a una “mirin” o reunión de pandilleros, en la Costa Norte de Honduras, “ahí vi la hermandad en ellos, andaban bien arreglados y me empezaron a regalar cosas, me daban 100 lempiras diarios, todo eso era bueno, más el odio y el resentimiento que me embargaba, a la larga, antes de cumplir 13 años era el segundo de la pandilla, desde los 12 años maté el primero, a mi padre le agarré odio porque miraba como predicaba a los hijos de otras personas, les daba palabra, los abrazaba y a nosotros no”. “Yo iba a cumplir 12 años, era pastor mi padre pero nunca me dio ni un beso en la frente”.
“Tuve un hermano menor que está bien, con vicios pero sin hacerle daño a nadie, a mi hermana mayor la involucré en la pandilla y ahora está desaparecida en México, y con mi padre, a quien intenté matar varias veces, solo mi mala puntería lo salvó, o Dios, ahora me llevo bien”.
Hasta 2005 a los pandilleros que se querían retirar de la mara se les daba dos o tres meses para estar en las iglesias, pero muchos seguían delinquiendo, entonces en Calle 13 de Los Ángeles, se tomó la decisión que el que salía era peseta, a ellos mejor se les da muerte, pandillero o muerte, esa es la consigna, relató José.
“En mi caso fui pandillero, en 2004, a mis 18 años la misma pandilla me puso en rehabilitación porque la droga me estaba consumiendo, era esquizofrénico, dormía de día y salía de noche solo a hacer desastres, llegué al límite que mataba a mis mismos compañeros porque los desconocía”.
Al entrar al programa de rehabilitación, tenía 18 años. “Cuando estaba avanzado en el proceso de rehabilitación de las drogas, durante nueve meses, la pandilla me dijo que me miraban bien y a veces raro, porque yo les hablaba de Dios, tema que le dan a uno en esos centros de rehabilitación, entonces me llevaron a Estados Unidos, para que me empapara más, fui y volví al país y ya venía con mayor rango y conectado con carteles de la droga”.
En Los Ángeles ya me enseñaron a negociar con carteles, como realizar la trata de personas, negociar asesinatos en alta escala, es una responsabilidad de liarse con crimen organizado, luego iba a Colombia a dejar armas y mujeres y traía droga, muchos se asustaron porque pretendían negociar con un viejo y me miraban cipote, me quedaban viendo, y me decían ‘vos sos el representante de (el diputado)’, sí, negociemos, les contestaba yo”.
“Vivo como desaparecido”
Ahora tuvo usted beneficios económicos con eso, le pregunté: “si, pero ahora no los puedo disfrutar, tengo dos niñas, tuve mi esposa, pero tuve que sacarlos del país, tengo mi casa de medio millón de lempiras, no puedo vivir en ella porque no está a nombre mío, planeé para comprar seis buses rapiditos pero están a nombre de otro, yo estoy como desaparecido, yo existo pero no estoy, estoy en cero, pero tengo a Cristo en mi corazón, y de mi familia desde hace un año no se de ellos, la madre decidió olvidarme, todo lo que tengo no lo puedo disfrutar porque todo mi pasado fue ambición al dinero.
Recordó que a los 15 años era famoso a nivel de maras, “y cuando compañeros más viejos dudaban que yo tenía poder en la organización, ordenaba que los patearan para que vieran que sí, y así me fui haciendo duro”.
“Fueron muchos los que maté, muchos, no todos los maté bajo efectos de la droga, pero consumía tanta droga que todo me alteraba y salía a la calle a matar al primero que encontraba”.
“Participé en muchas masacres, desde hace 5 años estoy cambiando. La pandilla ya me obligaba y me amenazaban con matar a mi familia, no me podían hacer daño porque era pieza clave, quincenalmente me daban 5 mil lempiras, me daban toda la comida, refrigerador lleno, teléfonos full de saldo, y luego, al final, cometía crímenes obligado, muchas veces me sentía sucio y lloré al hacer lo que ya no quería, le pedí a Dios me diera una oportunidad, mi último caso fue hace dos años en El Palenque, México”.
José Javier recuerda ese caso porque hasta salió un listado de rostros en los periódicos, “en ese atentado yo era el que comandaba la mara, yo cobraba 100 dólares para subirse a La Bestia, coordinaba la gente desde Honduras, ya me buscaba la DEA, de ahí saqué a mi familia del país, me desaparecí y las cosas quedaron en el olvido.
Estructura
“Vengo de guerrear con pandillas, llegué a los Ángeles, allá están todas ‘las clicas’, es decir un concilio, es como la ONG de todas las pandillas centroamericanas, de la 18 y MS, tienen que correr juntos, pero no revueltos, se llama ‘Sureños 13’, el que guerrea allá es enviado como palabrero, jefe de pandillas o corredor, allá estuve 4 años, dos años 8 meses preso en 2007, y para el 2009 me deportaron”.
“En las pandillas existen los soldados, los cabecillas, jefes y palabreros, el soldado recibe órdenes del jefe, el jefe de los palabreros y el corredor es el misionero que va a El Salvador, México y Colombia”.
Cuando el corredor llega a un barrio, el palabrero le informa como están las cosas, el corredor toma todas las decisiones, el palabrero se pone a las órdenes y es que ordena a los soldados.
“Nos aliamos con el crimen organizado, con los Z, llevándoles droga desde Colombia hasta México, y empezamos a hacer trata de personas, aparentábamos ser coyotes, yo lo hice personalmente, por ejemplo de Honduras cobrábamos seis mil dólares por persona, llevábamos de todo, mujeres, hombres y niños”.
Las operaciones del narcodiputado
Explicó que esas redes de pandilleros operan como brazo del crimen organizado, en este caso eran parte del cartel que lidera el diputado hondureño.
“Personalmente yo era un gatillero en el país, mi “jefe” comandaba un poderoso cartel que está vigente, yo era sicario, mi jefe sale en televisión, periódicos, es muy conocido, entonces somos parte de eso”.
“Formé parte del cuadro del pánico, éramos 16 jóvenes de 20 años para abajo, hasta un niño de 13 años era sicario, todos en La Ceiba, Tegucigalpa, y San Pedro Sula”, andábamos como guardaespaldas del diputado.
Le insistí para que me diera el nombre del diputado, me contestó que es un tipo que si no lo conocen, nadie creería que es malvado, pero el nombre se lo reservó para más adelante en la historia, solo dijo que fueron varios años de trabajó con él y muchos de sus amigo siguen recibiendo órdenes del legislador.
Luego cambió de tema, recordó a su padre, el pastor, añadió que ahora son buenos amigos, “a mi papá muchas veces le disparé a matar, pero mi padre nunca me corrió de la casa, yo le hacía las cosas y al día siguiente me aconsejaba como si nada hubiera pasado, después me daba afecto pero yo estaba metido en muchas cosas malas, de mi madre recuerdo a un mujer buena, luchadora por sus hijos, la extraño y la recuerdo mucho”.
“En Honduras estuve preso 6 meses, por droga, ese fue de los mejores tiempos de mi vida, vivía mejor que afuera, tenía gente que me cuidara adentro del presidio, solo dormía, me drogaba, tenía sexo y jugaba Play Station, eso era todo, de vez en cuando, una vez a la semana salía al Mall, la policía era mi guardaespaldas, muchas veces salía uniformado con placas y armas cargadas, era una estrategia de la organización tenerme adentro del presidio”.