“He luchado porque San Pedro Sula sea una mejor ciudad y Honduras un mejor país”... decía Jaime Rosenthal.
La historia de la familia Rosenthal en Honduras se remonta al año 1929, cuando Don Yankel Rosenthal llega al corazón de América en busca de paz y prosperidad.
El joven de 16 años había viajado miles de kilómetros desde su pueblo natal, una alejada comunidad judía situada entre Rumania y Rusia, que se tornó gris y triste a causa de la guerra y la falta de libertad.
Partió prometiéndose volver y decidido a triunfar en una tierra distante y completamente desconocida, donde se encontró con una cultura muy diferente a la de sus ancestros.
Bajó del barco para poner por primera vez los pies sobre el suelo americano. Le informaron que estaba en Ecuador, pero su destino final era Honduras.
Al llegar a San Pedro Sula quedó impresionado por la riqueza y belleza natural del entorno, algo que para él era muy valioso, pues provenía de una familia de campesinos.
Acostumbrado al trabajo rudo en el campo, la primera labor que don Yankel realizó en nuestro país para ganarse la vida fue cazar cocodrilos, cuyas pieles después curtía y vendía para que se exportaran a los Estados Unidos.
Una vez que se agenció de algunos recursos, el joven cazador estableció una pequeña tienda y años después se asoció con un empresario norteamericano para fundar la compañía Barret.
Aquí conoció a quien sería años después su esposa, la señorita Esther Oliva, cuya familia salvadoreña también se había establecido en Honduras con el propósito de llevar una vida tranquila y prosperar económicamente. En el hogar Rosenthal-Oliva nacen únicamente dos hijos: Edwin y Jaime, quienes heredaron la convicción, el carácter y la visión de su padre.
Un forjador
Don Jaime Rosenthal Oliva relata que nació en San Pedro Sula cuando esta ciudad era un pueblo, el 5 de mayo de 1936, en un pequeño hospital atendido por un doctor de apellido Godoy, localizado donde ahora es la vivienda del señor Osman Pineda, a una cuadra del centro comercial Nova Prisa.
Asistió al único Kínder que existía, el de los hermanitos Mondragón, y posteriormente es matriculado en la escuela evangélica Pablo Menzel, culminando sus estudios secundarios en el colegio José Trinidad Reyes.
Su infancia transcurrió llena de paz y felicidad en las polvorientas calles sampedranas de aquella época, tiempo en que los niños no se percataban de las diferencias sociales. “Yo vivía en una casa que se localizaba frente al cine Tropicana y cada mañana emprendía el viaje a la escuela en compañía del hijo de la lavandera de nuestra casa. Él iba descalzo y yo con zapatos pero eso no tenía ninguna importancia”.
Sobre su etapa de colegio, recuerda el agradable ambiente que se vivía en el JTR y las sanas picardías que hacía con sus compañeros de clase, entre los que recuerda al Dr. Pompeyo Raquel, el doctor Carlos Alfonso Benatton, los hermanos Castro, el ingeniero Gabriel Aguilar y don Roberto Gallardo, entre otros.
Al salir de clases solían salir en grupo a jugar fútbol o basketball, y aunque el joven Jaime no era un astro como deportista, se defiende diciendo que tampoco era el peor, ya que siempre lo ponían a jugar.
Recuerda que las rebeldías adolescentes eran también muy diferentes en aquel entonces, pues se revelaban haciendo huelgas para exigir mejores condiciones académicas y otras peticiones para mejorar el instituto, ya que todos los alumnos tenían un profundo sentido de pertenencia.
En relación a la música que escuchaba junto a sus amigos, refiere que también esta era muy diferente a los estridentes y escandalosos géneros musicales de la actualidad. “Nos gustaban las rancheras ya que llevábamos con frecuencia serenatas y a lo más que habíamos llegado era al mambo”.
Otra de las actividades favoritas de los jóvenes era ir al cine los domingos por la tarde ya que no había otra cosa qué hacer, y era además la oportunidad ideal de estar con la novia. Sin embargo, manifiesta que no era muy asiduo a este pasatiempo, ya que no lo considera un arte provechoso para crecer intelectualmente.
Estudios universitarios
Al egresar del colegio don Jaime es enviado por sus padres a los Estados Unidos para que ingresara al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés), una de las universidades más elitistas del mundo, no sólo por lo que hay que pagar, sino por la enorme cantidad de requerimientos que exige y todos lo exámenes de admisión que hay que aprobar.
Superada esta etapa, don Jaime alcanza la ansiada oportunidad de compartir salón con jóvenes talentosos de todo el mundo y contar con enseñanza de brillantes maestros. Para dar una referencia del prestigio académico con que cuenta el MIT, Rosenthal señala que esta es una de las principales instituciones dedicadas a la docencia y a la investigación en Estados Unidos, especialmente en ciencia, ingeniería y economía. La universidad está situada en Cambridge, Massachusetts, y cuenta con 64 premios Nobel entre sus profesores y antiguos alumnos. El MIT es considerado como la mejor universidad de ciencia e ingeniería del mundo.
De hecho, refiere que en esta universidad se crearon las computadoras, las cámaras fotográficas y en este momento sus ingenieros están trabajando en la creación de la famosa computadora de 100 dólares, con la cual se pretende que todos los niños del mundo tengan acceso a esta tecnología.
Don Jaime señala que tuvo el privilegio de ser alumno del profesor Paul Anthony Samuelson, ganador del premio Nobel de economía en 1915 por el trabajo científico a través del cual desarrolló una teoría para la economía estática y dinámica, y contribuyó a elevar el nivel de análisis en la ciencia económica. “No hay duda que cuando uno tiene la oportunidad de estudiar en una universidad de estas, despierta en nuestro interior la iniciativa y el compromiso de proyectar en el futuro, no sólo como empresario, sino que socialmente, enfrentado con valentía las decisiones que se tienen que tomar en la vida”.
En el instituto Tecnológico don Jaime obtiene el título de ingeniero civil e inmediatamente se inscribe en la Escuela de Negocios Sloan, una escuela de gestión empresarial del MIT que dispone de varios programas académicos, como ser el Sloan Fellows para la Innovación y el Liderazgo Globales, Líderes para Programas Industriales, el programa de licenciatura en Ciencias Empresariales y un programa de doctorado.
Retorna a Honduras
Con la motivación de los logros académicos obtenidos, Jaime Rosenthal regresa a Honduras y empieza a ejercer su profesión de ingeniero, trabajando medio tiempo en labores de construcción y el resto del día como vendedor en la agencia Barret. “Como este no era más que un pueblo grande, los trabajos eran escasos para los ingenieros constructores y tuve que buscar agenciarme de mayores ingresos vendiendo llantas y equipos de agricultura”, afirma.
Posteriormente su padre y el Sr. Barret, quienes además se dedicaban a vender seguros para empresas extranjeras en nuestro país, tienen la iniciativa de fundar una compañía de seguros, lo cual marcaba el inicio de lo que ahora es el Grupo Continental.
Su matrimonio
En la época de juventud de don Jaime no se tenían todas las opciones de diversión y entretenimiento que en la actualidad ofrece San Pedro Sula. Los fines de semana todos concurrían a los mismos salones y eran muy frecuentes las famosas “cocacoladas”, fiestas a la que los jóvenes asistían los viernes por la noche para bailar con sus novias o amigas.
Uno de los salones más visitados era “Las Palmeras”, el cual se localizaba frente a la municipalidad. Este fue el lugar donde Jaime conoció a una agraciada joven que lo impactó desde el primer momento: Miriam Hidalgo.
Empezaron a ser novios cuando don Jaime aún estaba estudiando en la universidad y luego de 4 años de noviazgo, contrajeron nupcias. Han cumplido 54 años juntos.
De esta unión nacieron cinco hijos: Patricia, Yani, Jaime, Carlos y César.
Al nombrarlos, don Jaime no puede evitar el recuerdo de uno de los golpes más duros que ha sufrido la familia: la muerte de su hijo Jaime, cuando apenas tenía 21 años de edad. “Nos hace una tremenda falta y lo recordamos en todo momento”, expresa.
Manifiesta que cuando se casó con doña Miriam su sueldo mensual era de 600 lempiras, por lo que sus padres tuvieron que apoyarlo alquilándole una casa barata para que pudiera salir adelante.
Una anécdota que recuerda de manera especial es que cuando fungía como alcalde municipal don Felipe Zelaya (1960), éste le pidió que aprovechando todos los conocimientos que tenía en materia económica y de negocios, le brindara un asesoramiento a su corporación, pero como no le podían pagar, cada 15 días lo invitaba a comerse una pizza como remuneración a sus servicios prestados. “Las cosas eran diferentes en aquel tiempo, ya que uno tenía un sentimiento de patria mucho más arraigado que ahora. Pensábamos en dar y no en recibir únicamente.
Como padre admite que fue una persona estricta ya que exigía mucha disciplina y estudio, apoyándoles en todo lo posible, y manifiesta que en el proceso de educarlos y formarlos fue fundamental el papel de doña Miriam, ya que se dedicó a ellos a tiempo completo. Ahora en su rol como abuelo, indica que los papeles han cambiado mucho, ya que los encargados de disciplinar a los hijos son los padres, y a los abuelos lo que les queda es ayudarles en la indisciplina.
No obstante, manifiesta que siempre les insiste en la importancia de que estudien y cuando están de vacaciones les dan diferentes labores y responsabilidades dentro de las empresas de la familia para que vayan aprendiendo a trabajar y a valorar las cosas.
Al expresar esto, nunca esperó que sus últimos años fuera despojado de su buen nombre y de todo lo que construyó a lo largo de su vida:
“Considero que en el camino de la vida he dejado huellas positivas que he cumplido con el mandato de Dios. He hecho todo lo posible no sólo por alcanzar el éxito personal y de la familia, sino que he luchado para que San Pedro Sula sea una mejor ciudad y Honduras un mejor país. Estas huellas que he dejado son las mismas que seguiría si me tocara volver a vivir”.
Por Lenin Berríos
San Pedro Sula.