La nave Starship de SpaceX sufrió un fallo catastrófico durante su más reciente prueba, perdiendo contacto con la compañía aproximadamente nueve minutos y medio después del despegue. El lanzamiento, que tuvo lugar pasada la medianoche en horario peninsular español, transcurrió según lo planeado hasta que un problema en la parte trasera de la nave causó la pérdida de varios motores Raptor, lo que derivó en la pérdida de control y, finalmente, en la explosión de la nave.
SpaceX calificó el incidente como un "desmontaje rápido no programado", un término que la empresa de Elon Musk suele emplear para referirse a fallos críticos. A pesar del revés, la compañía subrayó que el vehículo se mantuvo dentro del corredor de lanzamiento designado, minimizando riesgos para la seguridad pública y el medioambiente.
El incidente marca el segundo fracaso consecutivo en los vuelos experimentales de Starship, lo que representa un desafío significativo para los planes de SpaceX de utilizar esta nave en futuras misiones a la Luna y Marte. Aunque se habían realizado ajustes en los conductos de combustible tras el fallido intento de enero, la repetición del problema supone un obstáculo en el desarrollo del cohete más potente de la historia.
Mientras tanto, el accidente ocurre en un contexto en el que Musk ha intensificado su influencia en la administración estadounidense, con reportes que sugieren su intervención en la Administración Federal de Aviación (FAA), el organismo encargado de regular el tráfico espacial comercial y otorgar permisos a SpaceX. A pesar de la explosión, Musk celebró en sus redes el éxito en la recuperación del propulsor SuperHeavy, aunque evitó hacer comentarios sobre el fallo de Starship.
La compañía aseguró que continuará analizando los datos para mejorar la fiabilidad de sus futuros lanzamientos.